El Dorado · Vigésimo Aniversario

El Dorado, 20 años

Por: Santiago Rivas

El viaje en el tiempo es una realidad inexorable. Lo es, al menos para mí, que ahora que hago estos ejercicios de escucha para Es Una Trampa, vuelvo a tener trece años y la emoción de un CD recién descubierto en las manos.

El Dorado, como muchos otros, lo tuve prestado. Yo tenía que elegir muy bien los discos que compraba y decidí como regla de curaduría, que iba a conseguirme cosas que nadie más fuera a comprar, porque lo básico podía grabarlo o intercambiarlo para darle vueltas y vueltas. Así fue con este álbum.

Cuando apareció Con El Corazón en la Mano yo todavía era muy chiquito para entender lo que Aterciopelados quería decir para nuestra aburrida Bogotá, o para Colombia, si se quiere. Para el momento en que apareció este, el segundo álbum de la banda de rock más importante de nuestra historia (todos estos años después ya se puede decir con propiedad), yo ya estaba ansiando conocer esa ciudad que mi edad me impedía ver más que de día.

Yo tenía reglas estrictas o al menos eso creía yo a mis trece. No me gustaban las cosas suaves, ni tropicales; no me gustaban las baladas de la gente normal, ni los boleros de mis padres, de quienes solamente respetaba, en términos musicales, su gusto por Les Luthiers. Pero había cosas que uno tenía que amar, porque eran parte del tiempo en que se creció. Esas cosas ni siquiera se dudaban ni se evaluaban con la misma lupa. En ese rubro entraron Los Tres, Café Tacuba, Fobia y, por supuesto, Aterciopelados. El Dorado es un álbum mestizo de principio a fin, igualmente duro, contundente, rockero, todo lo que se pueda querer. Pero tiene su hit pop, su canción cumbiosa, su percusión tropical y su himno a Colombia. Es una belleza de principio a fin, cada canción es nueva cada vez que se la oye, cada una distinta a la anterior y a la que le sigue. Uno solo puede agradecer este tipo de trabajos.

De manera que supe cantarlo desde la tercera vez que lo oí completo hasta hoy, que lo reseño para ustedes, sin que me falte una letra. Suena en La Recontra, me acompaña cuando trabajo y cuando estoy en la casa. Lo tengo hasta asegurado, en una de esas agencias… mentira, ahora las canciones:

Para empezar está el hitazo Florecita Rockera, que fue de hecho el segundo single del disco y todavía suscita las mismas reacciones positivas cuando se pone en una fiesta. Sueños del 95, que lleva el nombre de un famoso calendario en el que se les tomaba fotos semidesnudas a las mujeres más bonitas de nuestra farándula, es una canción suave, como feliz, como melancólica, como de amor, cortada en el momento menos.

Candela es otro single que junto con muchas canciones de 1280 Almas, tiene ese golpe de percusión africano que podría perfectamente sonar por siempre como el paisaje sonoro del rock bogotano en los 90. Sigue siendo un éxito bailable y su coro es infalible “deja ya la pereza/mirá que me tienes tensa/mi piel es pura tibieza/eche pues ya pa’ la pieza”. Ya luego viene el primer single, el primer video en MTV, si no estoy mal, la primera canción universalmente aceptada: Bolero Falaz es una preciosa canción que gusta a grandes y chicos y que, por supuesto, me gustaba a mí. Me gusta, bueno, pero yo soy bastante más fácil de conquistar ahora. No encuentro que no se haya dicho ya sobre esta canción.

No futuro es mi favorita. Lo tiene todo: guitarra acústica, guitarra eléctrica; tiene su parte armónica y su parte melódica, y luego es solo golpe y su solo de guitarra. La sección del coro todavía me saca un air guitar (acabo de hacerlo, nunca falla). Es una canción de amor pesimista y desesperada y por supuesto, ese poeta maldito de trece años que aún vive en alguna parte de mi ser reacciona y se entristece y piensa que “no futuro” es simplemente la verdad sobre la vida. Esta se lleva su propio párrafo.

La canción que da el título al álbum, que yo intuyo que fue compuesta luego de que se decidió el nombre del álbum, es una súper canción. Es melancólica una vez más y la letra es bellísima, con todo y que se trata de una alusión muy simple a El Dorado, ese mito que ahogó a más de un español en el fondo de Guatavita. No hay nada más noventero que la séptima canción De Tripas Corazón, que tiene una letra como psicópata y fantasiosa, otra canción de amor violento como el que todos idealizábamos en aquella década. Hermosa canción, cómo no.

Si hubiera un proyecto de ley que nos permitiera elegir un himno nuevo para este país, sin duda ese himno sería Colombia Conexión. Claro, la ultraderecha odiaría el himno, porque ya fue la canción de Contravía con Hollman Morris, cuando era 100% chévere y no hacía política, pero la canción es innegable. Además hace referencia al viejo himno, de manera que es la mejor elección posible. Las Cosas de la Vida es una de esas canciones de corte cotidiano que abundan en el rock latinoamericano, compuesta para todos los incomprendidos de este planeta.

Recordemos que los noventa son culpa de la Thatcher y Reagan en general, y del exterminio de la UP y los candidatos asesinados de la campaña para la presidencia 90-94 y que ese es el mundo que absorben los Aterciopelados para nuestro deleite. De ese mundo, en el que el miedo es el rey, de los años en que empezamos a oír hablar sobre los “grupos de limpieza social” y las “fuerzas oscuras”, nace la canción Pilas, una de las más recordadas por su fuerza, su tono punk, y porque efectivamente su tema hablaba sobre esa Bogotá que era —es, seguramente— peligrosa para todos. Le sigue La Estaca, que es una versión que hacen de Las Hermanitas Calle, reafirmando sus intenciones de hurgar en lo más violento de nuestro ser colombianos, con una canción que sonaba, como si nada, en la radio popular de nuestro país (todavía lo hace).

El Diablo es una hermosa canción de amor entre una adolescente y una pésima influencia, que tal vez sea —no tengo cómo probarlo— el mismísimo patas. Otro amor trágico, como hace unos párrafos, por el que todos suspirábamos, queriendo ser el diablo o el endiablado. Si No Se Pudo, Pues No Se Pudo es una canción de despecho atravesada por frases de cajón; una de mis favoritas, porque los amores también hay que acabarlos con gracia y buen gusto (si canta Andrea Echeverry, tanto mejor).

Siervo sin Tierra, canción que empujó a una porción grande de mis coetáneos al libro del mismo título, escrito 41 años antes por Eduardo Caballero Calderón, es una canción protesta con todas las reglas: guitarra acústica, voz dominante, percusión menor artesanal. Muy bonita, porque es una canción que replica la intención del álbum de traspasar las barreras de los géneros musicales. La canté a grito herido toda mi adolescencia (todavía lo hago). Errantes es una canción de compás africano, hablando sobre las ánimas en pena. Tiene algo muy de su época, conectado con los otros grupos de Bogotá, Colombia y Latinoamérica, por los intervalos entre la percusión, las guitarras y las partes más de bailar, porque es una canción eminentemente bailable. El cierre es una re-versión de Mujer Gala más limpia y con otra producción, pero nunca rebajada, ni reducida.

Habiéndolos fumigado con lora, valga la pena invitarlos a que se lo oigan completo una vez más. Este es un álbum que ahora es una máquina del tiempo, pero sobre todo es un documento imprescindible de nuestra historia, no importa si nos gusta Aterciopelados o no, si fuimos fans, o si fuimos escépticos. El asunto no es ese, porque El Dorado ya está por encima del bien y del mal.

Ahí les dejo ese trompo bailando.