Por: Fab Astro.
Llegué tarde a Pearl Jam. No porque no los conociera desde que di mis primeros pasos escuchando Rock, sino porque llegué a ellos por la vía del grunge. Era algo que debía pasar porque esa es la forma de llegar a Pearl Jam, más cuando tienes 14 ó 15 años. Luego el grunge fue un movimiento que me hastió por ser demasiado local y ajeno (muy gringo). El no haber tenido mi juventud en los años noventa me permite no guardar esa época como un recuerdo parecido a esos nudos de los zapatos de colegio que son imposibles de desamarrar, me permite ser un poco más libre y elegir con más delicadeza y sigilo a los verdugos implacables de mis tímpanos.
Así que, después de sonar Evenflow hasta que me supo a cacho y desplazarme de allí para ocuparme en otras sonoridades, Pearl Jam fue una banda que no escuché por mucho tiempo porque sentía que el grunge de alguna u otra forma te termina uniformizando. Y yo me he venido convirtiendo en un disidente, que cada vez encuentra movimientos apasionantes, y que cuando ha absorbido todo, más quiere dejarlos para vivir esa experiencia amarga y sublime del exilio.
Lo más bonito del grunge fue que se acabó. Y estoy muy agradecido de ello porque le dio la confianza necesaria a los rockeros mainstream de la época a abrirse por caminos en los que no había contrincantes en lo musical. Quedaron solos, ya no miraban hacia atrás o hacia los lados a ver quién sonaba igualito a ellos. Por eso me gustan tanto los discos que abrazaron con melodías y experimentación el nuevo siglo, y creo que son los mejores de cada una de esas bandas.
Ya lo venían anunciado con su No Code (que es mi favorito y del que podría hablar horas), con él regresé y sentí esa sensación como pocas para mí, que es la de descubrir nueva música que te gusta. Luego aterricé en Binaural. Un disco que tiene por nombre una técnica experimental de grabación de sonido estéreo tridimensional, y cuya tapa es una foto de una nébula tomada por el telescopio Hubble. En pocas palabras fue para mí un: “te estuve buscando, llegas en el mejor momento”. Escucharlo es como sentarte en la mitad de una habitación, rodeado por artistas apuntándote sin compasión alguna. No te deja otra opción sino digerir la música, es como si te obligara a concentrarte y pensar en lo que estás escuchando, para que cuando acabe tengas tiempo de revisar qué estás haciendo con tu vida.
La primera canción que escuché del álbum fue la Light Years del concierto de Pinkpop del 2000 en Youtube. Eddie Vedder abre diciendo que la canción es sobre el hecho de que “a veces ves cómo hay amigos que se van destruyendo a sí mismos y aunque lo intentes no puedes hacer nada al respecto (…)”. Allí dije OK, se viene una típica canción sobre junkies, como las que me gustan, pero continúa súbitamente “(…) otras veces tienes amigos que son grandes y hermosas personas, y que los pierdes sin razón alguna y se van de este planeta sin que tengas el chance de despedirte”. Allí cambió completamente el juego para mí, Light Years se convirtió en mi canción favorita del disco.
Un Eddie Vedder más maduro y con una actitud bastante extraña, además sufriendo de bloqueo del escritor. Un Mike McCready de pelo amarillo y punk, luchando contra la adicción y volando por los aires con guitarras ya no al estilo de Stevie Ray Vaughan sino al de Johnny Thunders y Pete Townshend. Un Stone Gossard intelectual, más dinámico y conformando con firmeza el entramado de la sección rítmica con el sólido Jeff Ament, para terminar con la cereza del pastel: el nuevo baterista, Matt Cameron, con ese crudo y explícito ponche de asesino. Díganme ustedes cómo un man como yo puede resistirse a ese contexto.
Feliz cumpleaños, Binaural.