Siempre ha sido un cantautor admirable y nadie podrá quitarle sus amplias credenciales, pero los últimos viente años han sido crueles con Billy Corgan, pues en este tiempo hemos visto a The Smashing Pumpkins decaer, que es su activo más importante, sino su único. Siento que tanto la inestabilidad en la alineación de músicos como su lentitud para adaptarse a las formas de consumo del nuevo milenio le jugaron en contra y posiblemente, lo dejen atrapado tratando de emular para siempre su fórmula ganadora de los tempranos años 90.
Siempre me he sentido tentado a creer que desde Adore (1998), el primer trabajo sin el baterista Jimmy Chamberlin, inició un espiral descendente para los Pumpkins en términos discográficos, con un Billy insistiendo en álbumes extensos con impacto diluido (llamémosle, el síndrome Mellon Collie), y tratando de convencernos de que él es el único integrante indispensable del proyecto, mientras se la ha pasado buscando a los integrantes originales para que regresen. Sin embargo, en el peor momento de toda esta crisis, estrenó Oceania, tal vez la mejor entrega desde Mellon Collie & the Infinite Sadness (lo sugiero apoyado en Allmusic.com)
Todos los elementos están balanceados, empezando por el alto nivel melódico de las canciones y la producción. Para esto, Corgan estuvo acompañado por Bjorn Thorsrud, con quien había trabajado varias veces en estudio y con quien logra un sonido que concilia la crudeza noventera, con el sonido retocado que inició en MACHINA/The Machines Of God (2000) y que se ha mantenido a lo largo de este milenio. Por su parte, Nicole Fiorentino en el bajo y Mike Byrne en batería (alineación que vimos en vivo aquí en Bogotá en 2010 y 2012), hacen un trabajo magnífico, sobre todo el joven (casi adolescente) Byrne, quien deja muy poco que extrañar del irremplazable Chamberlin. Ahora, nunca he sido fan del guitarrista Jeff Schroeder, pero el tipo hace lo propio.
Las canciones fluyen y hacen funcionar el disco, con la contundente Quasar abriendo y cumpliendo con todo lo que uno busca en esta marca, con Panopticon y Violet Rays en ritmo de 3/4, con la atrevida Oceania de nueve minutos de duración, y un lado B muy interesante con Pale Horse, The Chimera, además de Inkless y su tremendo punteo. Hay espacio para guitarras acústicas, muchos teclados y la voz de Billy hasta el cansancio. Acabo de volverlo a escuchar y no puedo decidirme si es suficiente excusa para retractarme de mi dramática visión sobre esta discografía en conjunto, pero en todo caso, este disco envejece dignamente.
Feliz aniversario!