Por: Carlos Montaña
Alerta: Contiene spoilers.
Veintisiete años pasaron para que Pennywise, El Payaso Bailarín, volviera a despertar hambriento por nuevas y jugosas victimas. Algunos de los que crecimos y fuimos niños en los noventa tuvimos pesadillas con aquella aterradora figura colorida interpretada por un vital Tim Curry (en algunos países la tradujeron como La Cosa, creando confusión con la película de John Carpenter), en una miniserie que de corrido duraba casi unas cuatro horas. Para algunos públicos, It fue la introducción al universo literario de Stephen King, para otros lo fue Cementerio Maldito, Carrie o El Resplandor.
Ahora, en el año 2017, esos niños tienen más de treinta y las formas de percibir el género, como ocurre con cada cambio de década, se han transformado radicalmente. En las convenciones del cine de terror, las estructuras y las estrategias están conectadas a los públicos, quienes siendo feroces consumidores de cine popular, indirectamente van encontrando patrones que suelen asustarlos, por lo tanto, se forman estereotipos que desvanecen los efectos sorpresa y que pasan al baúl de las fórmulas caducas. En otras palabras, ya no funciona asustar como se hacía hace veinte años. Las convenciones cambian y lo que en algunas ocasiones se usa como fuente del pasado, adquiere un carácter más nostálgico y paródico.
Siendo un consumidor de este género, he tratado de concluir que las películas de terror están diseñadas para el espíritu del momento. En los cincuenta se había construido el imaginario del miedo en torno a la paranoia atómica y las temáticas recurrían a invasiones alienígenas o al gigantismo radioactivo de chicas fatales, insectos y reptiles. En los setenta, Masacre en Texas hacía evidente una mirada a la desértica y trastornada Norteamérica de la guerra de Vietnam cuando el sueño americano se había extinguido y los antihéroes se convertían en los nuevos modelos a seguir. En los ochenta entraba en furor la paranoia del sida y los temores de una tercera guerra mundial. Así mismo, los ochenta se saturaban de Cine Slasher, y al parecer, el sexo despertaba una premonición mortal en los adolescentes que no habían aprendido nada de la época del Hippismo y de los viajes con LSD. En los noventa el terror empezaba a integrar líneas de realismo y era la misma sociedad la culpable de sus desgracias. Se7en y El Silencio de los Corderos confrontaban al norteamericano como el verdadero monstruo que a futuro se avecinaba (Columbine), que hacía “uso” de sus derechos civiles y democráticos en la tierra de libertad. En el inicio del milenio entraba la invasión del terror oriental, las descargas piratas y las nuevas formas de consumo musical. Los fantasmas abandonaban los bosques y los castillos heredados de las novelas góticas, para traspasar a la era electrónica en las cintas de video, las pantallas de los computadores y los celulares.
En los noventa, It, desde un imaginario generalizado y sobretodo infantil, había reafirmado el temor a los payasos (sobretodo en la Norteamérica de John Wayne Gacy), esos personajes ambiguos que aún despiertan una gran desconfianza y que se esconden detrás de un chillón y elocuente maquillaje. Originalmente El Club de los Perdedores, el grupo de niños rechazados de Derry, cuentan sus traumáticas experiencias a finales de los cincuenta y sus temores se proyectan sobre icónicos personajes del cine de terror como El Hombre Lobo o La Momia (legado de los monstruos de Universal y Hammer), amenazas reconstruidas de las experiencias de infancia del propio King.
El primer intento que fue completamente desaprovechado en esta nueva versión, más que recabar en el homenaje a la nostalgia de los ochenta y que ha recibido dardos de plagiar a Stranger Things (cuando en realidad en la serie de Netflix, los Hermanos Duffer rinden homenaje a la camaradería de los grupos de amiguitos que abundan en las novelas de King) era la necesidad de renovar los temores culturales con los que habían crecido los niños de esa década (afiches de Gremlins, Freddy Krueger, Beetlejuice, entre otros). La selección de bandas emblemáticas como The Cure, Anthrax o XTC para amplificar los tintes del pasado, no fueron suficientes para despegar la visión del argentino Andy Muschietti.
Este grupo disfuncional de amigos, retoma los tradicionales estereotipos que se reconocen en las películas de pandillas gringas: el cuatro ojos bromista incrédulo, el serio esperanzado, la chica linda traumatizada, el gordo investigador, el negro sabio que dispara datos wikipédicos, el cobarde con el inhalador, bicicletas, walkie-talkies, entre otros. El problema no son sus perfiles, sino su falta de desarrollo en el arco de transformación de sus personajes. Y esto generalmente ocurre en la gran mayoría de adaptaciones que se hacen de King: los malos actúan como malos, los héroes como víctimas y los adultos son indiferentes a las problemáticas de los adolescentes.
Es claro el potencial interpretativo del grupo de actores seleccionados ante la gran dificultad que implica dirigir jóvenes para roles de maduración. Y ni hablar del rol del actor sueco Bill Skarsgård haciendo de Pennywise, que si bien no jugó a emular a Tim Curry, creó una versión que en algunos momentos llega a funcionar con los tradicionales Jump Scares (la vieja confiable), y que en otros se vuelve redundante haciendo las tradicionales “payasadas” que lo vuelven más un recreador en huelga de Bosquechispazos, a veces un tanto ridículo (aquel bailecito que hace en honor a su nombre y que recuerda a un desesperante Johnny Deep en Alice) y a veces poco amenazante (punto a favor de la miniserie que controló y moderó la versión de Curry, en determinados momentos).
Este patrón es la gran falla (y una constante) en la ejecución del último acto en la dirección de las películas de Andy Muschietti: oculta al monstruo inicialmente como algo difuso, atractivo y que luego es desnudado por que su evidencia se hace demasiado constante en pantalla, es un desacierto que al final se vuelve una amenaza banal y a veces hasta cómica. Cuando anunciaron que Muschietti tomaría las riendas de un guion escrito y abandonado por Cary Fukunaga (True Detective), las expectativas bajaron considerablemente, sobretodo recordando el desafortunado final de su opera prima, Mama.
Al principio la película va haciendo un paneo de los temores de cada uno, que son utilizados por Pennywise para espantarlos. Acá entra otro gran problema en la forma de abordar los temores: el manejo del CGI. Los conceptos son interesantes, sobretodo el de la pintura viviente que acecha al pequeño Stanley Uris, pero que pierde toda su fuerza cuando sale a flote la textura digital, automáticamente uno se desconecta del discurso de la película para entrar a cuestionar al equipo de postproducción. Igualmente pasa con el temor de Ben Hanscom después de leer los artículos de los niños que murieron buscando huevos de pascua, la persecución desatada por el niño decapitado en 3D, los cuales progresivamente anuncian el declive del tono de la película. Al parecer Pennywise se proyectó en los temores de los compositores de efectos visuales: que se notaran las costuras de sus modelados. Puede que el CGI le esté haciendo daño al cine de terror (o la responsabilidad específicamente recae sobre las decisiones finales de su director) y personalmente siento que está envejeciendo mal. A veces los límites económicos ponen retos a una producción y la obligan a tratar de ser lo más recursiva posible, logrando secuencias de espanto con tan solo la posibilidad del valioso recurso que se consigue entre el matrimonio montaje – sonido (punto a favor para algunas secuencias que se lograron en la miniserie de los noventa).
Y acá reside el principal problema de la película y quizás fue porque su target (grupo objetivo) no fue lo suficientemente claro: la película no es miedosa, al menos para el público adulto. Hoy en día uno repite la serie de los noventa y desafortunadamente su miedo es cojo, casi que a veces cae en una divertida parodia (Henry Bowers escapando del hospital psiquiátrico utilizando un doble de un perro vestido en el traje del payaso). Esa fue la gran ventaja que desaprovechó por completo Muschetti y que no tenía la miniserie: realmente espantar. Debo reconocer que los primeros diez minutos de la película, toda la secuencia de cómo Bill le hace el barquito a Georgie y luego este sale a jugar en medio de la lluvia, son una joya de misterio, arte y fotografía. El Pennywise que está debajo y oculto en la alcantarilla es extremadamente aterrador y marca una profunda diferencia con sus futuras apariciones. La forma en que convence a Georgie de alcanzar el barquito, para luego arrancarle el brazo de una inesperada mordida (punto a favor de la nueva versión en cuanto a la fidelidad del segmento del libro que omitió la serie) me puso los pelos de punta, hasta que el 3D creó una especie de coitus interruptus.
Cuando me refiero al target del público, al final concluí que It es una excelente película de miedo para niños, en donde en un punto me sentía viendo un capítulo de Escalofríos o de ¿Le temes a la oscuridad?.
El gran diseño de Pennywise es su propia paradoja. Es un fantástico diseño para una sesión de moda hecha por Alexander McQueen o para un capítulo de American Horror Story. Es un payaso extremadamente fashion para el terreno del miedo (sería fantástico para un videoclip de Floria Sigismondi) y esto lo hace vulnerable y poco aterrador (punto a favor de la miniserie que logró 'darle al perro' con el diseño genérico del payaso tradicional de piñata, al estilo de Ronald McDonald).
Una posible inspiración de los dientes de conejo de Pennywise pudo haber tenido influencia en su propio creador, Stephen King.
La película incluye un elemento que trata de contrastar con la miniserie pero que a la vez también juega en su contra: el humor negro. En la secuencia de la habitación del gordo Ben Hanscom, quien tiene copias en la pared de las desapariciones en Derry, se produce un desafinado salto dramático de un chiste musicalizado con un oculto afiche de los New Kids on the Block. Si para su director no es del todo importante la extraña desaparición de niños en el pueblo, mucho menos lo será para el público. En otro momento, los chicos deben escoger entre varias puertas para escapar del payaso. Éstas, curiosamente, están etiquetadas con títulos “irónicos”: aterradora, no tan aterradora y muy aterradora. En este punto es cuando uno ya no se toma en serio la película como el género que inicialmente se había propuesto ofrecer. Este patrón se repite cuando Richie Tozier (que quede claro en la exposición de personajes que será un futuro comediante) cuenta un imprudente chiste en pleno clímax de lucha contra Pennywise que paradójicamente se asemeja a la torpe derrota del payaso en su final: se desintegra digitalmente en un aburrido pozo de incertidumbres.
La secuencia que finalmente me convenció de estar viendo una película de aventuras para niños es cuando “el príncipe” Ben Hanscom libera de las luces mortales con un tierno beso a su “doncella”, Beverly. Nuevamente, Hollywood apuesta al amor como un elemento de resolución de conflictos y Pennywise casi es derrotado por una especie de terapia de grupo de autoyuda (“no eres real”). La película queda abierta para el segundo capítulo cuando se prometen regresar a Derry, si Eso vuelve a despertar. Los últimos quince minutos de la película son un absoluto desencanto. Explicaciones torpes, frases de cajón, exceso de pantalla y diálogos del payaso, entre muchas otras falencias dramáticas.
Hay una extraña racha desafortunada en la adaptación de esta gigantesca novela de más de 1100 páginas y de la que me tomé el atrevimiento de releer para entrar nuevamente en el contexto de esta nueva versión, considerando que el libro, así como tiene sus momentos oscuros y extremadamente violentos (que generalmente no las acepta el estudio por ser muy explícitas), tiene otros momentos que definitivamente son trillados y que caerían hoy en una acartonada parodia:
Fragmento de la novela It, donde Pennywise adopta la forma del padre de Beverly, cuando ella regresa a Derry. Es muy probable que no salga en el corte final.
Este fragmento sería perfecto para una película como Killer Klowns From Outher Space. Hay un tono de serie B en algunos momentos del libro, que serían un absoluto desastre en pantalla o en un posible orgasmo para un amante del thrash.
A pesar de ser un éxito taquillero, Muschetti tiene la última oportunidad de reivindicarse en el segundo capítulo, en donde el universo de los adultos puede darle luz verde a la construcción de un verdadero infierno para sus personajes y realmente producir escalofríos, sin caer en el vencido truco del Jump Scare o de los efectos reconocibles de CGI. No sé si realmente sea un problema generacional que se esté repitiendo: siendo niños nos asustamos, crecemos, detectamos las fórmulas y luego nos decepcionamos. Pero tal vez no sea así, si se compara con títulos contemporáneos que no han tenido la misma resonancia mediática o de taquilla, como las recientes sorpresas: It Follows, Get Out o The Autopsy of Jane Doe, en donde el miedo es un componente secundario que impulsa más a una historia con puntos de giro desprevenidos.
Al parecer, el bombardeo de marketing de la película elevó sus expectativas hasta el punto de que los globos rojos se desinflaran en una tradicional película de terror de verano gringo. Pennywise aún nos tiene atrapados en la taquilla: todos flotamos y seguiremos flotando para ver en que concluye su segundo capítulo. Si se adapta la totalidad de lo que está escrito y que hace falta de la novela, puede que esté en peligro el futuro dramático de la segunda parte (su taquilla está asegurada).
Esperemos que Muschetti, al igual que Kubrick con El Resplandor, se rebele contra la visión del autor, elimine la “fidelidad” del libro que tanto adoran los fans y nos traiga una película con absoluta personalidad. Extraño volver a quedar desvelado con una buena película de terror.