Lo primero que se destacó fue el color. No necesariamente me ubicó a mediados del siglo veinte pero me pareció una belleza. En seguida, los volantes que caen del cielo anunciando la inminente invasión de Francia y el sonido de algunas balas enemigas inician el mejor elemento narrativo de Dunkirk: las poderosas y temidas tropas de la Alemania Nazi, uno de los antagonistas por excelencia en la historia del cine, son invisibles. Aquella gigante amenaza solo se ve en pantalla a través de algunos aviones y de algunos misiles submarinos con los que se dan gusto arruinando la huida de los aliados. El mal esta fuera de la imagen, bajo el agua o a algunas cuadras fuera del rango de visión pero aún así la angustia es tan terrible como si estuviera en primer plano.
Como las imágenes se centran en la desesperación de los soldados que esperan su rescate en la costa, el audio juega un papel importantísimo. Hans Zimmer, el colaborador usual de Nolan en esta tarea, vuelve a demoler con el sonido, garantizando que la audiencia sienta el terror de la guerra aunque se te escurra la cera fuera de los oídos en el proceso. Tremendo. No es muy difícil hacerme llorar, pero cuando acontece el memorable rescate aquí narrado, lo lograron con toda, gracias al hábil manejo de la música.
Aparte de los mencionados detalles quiero señalar que Dunkerque tiene buen ritmo, claridad y duración. Finalmente, aunque veo que ya lo habían hecho en 1958 con una película sobre este mismo capítulo de la Segunda Guerra Mundial, es un bonito detalle que sean los ingleses quienes recuerden cómo les iban rompiendo el trasero y que le rindan homenaje a los civiles como héroes de guerra. Sin lugar a duda, una gran exponente de este género del cine.