Justo antes de entrar a la sala charlaba con mis amigos sobre el valor del 3D y en unanimidad concluimos que el principal aporte de este recurso es hacer la entrada a cine más costosa. Avatar (2009), una de las mejores en la materia sirvió como ejemplo. Y lo menciono porque ignorado como de costumbre el tema del 3D, volví a recordar a Avatar a la salida de Ready Player One por ser otra exponente de esa bendita historia hollywoodense contada hasta el cansancio.
Eso sí, lo increíblemente divertida, su certera serie de referencias a la cultura popular sobre la que se construye su identidad (destacándose entre todas esa escena recreada en la locación de aquella legendaria película de terror) y el hecho de que efectivamente sea un juego de video, a diferencia de las películas que no lo son pero lo parecen, lo cual detesto, dejan a salvo la última película de Steven Spielberg.