Por: Santiago García-Herreros
Cuando tenía 8 años, recién llegado a Bogotá desde mi natal Cúcuta, fui expuesto por mi hermano mayor a The Doors, una de las bandas que hoy en día considero de las más legendarias y revolucionarias del rock clásico. Mientras jugábamos fútbol en los pasillos de la casa, mi hermano lentamente (y a todo volumen) me hacía el favor de intoxicarme el cerebro (y el alma) con la poesía, el erratismo y la sensualidad de uno de los frontman más magnéticos de la historia de la música, una experiencia que sin duda me marcó, y me definió desde temprana edad las tendencias musicales de mi futuro.
Durante los 22 años que llevo siendo un fanático consumado de The Doors (y eso que cuando los conocí ya era música “vieja”), muchas veces me he preguntado cuál es el mejor disco de la banda. En incontables ocasiones he asegurado con vehemencia que tal o tal disco es sin duda el mejor, para encontrarme años después seducido por otro álbum, comiéndome mis palabras… pero lo que sí es claro es que su debut, el auto titulado The Doors, merece una mención especial por haber pateado con fuerza la escena musical de la época y haberle dado inicio a una carrera musical, que si bien corta, su legado sigue teniendo repercusiones sobre la escena moderna. Y es que su aparición en 1967 (¡¡¡hace 50 años!!!) fue claramente disruptiva.
Tan solo un año y medio después de la conformación de la banda, el disco fue grabado en agosto de 1966 en los estudios Sunset Sound Recording en Hollywood, y lanzado el 4 de enero de 1967. Su llegada marcaría el paso a un año transcendental para la historia del rock. Y es que hay que ponerlo en perspectiva: Estamos hablando de un mundo que no conoce a Led Zeppelin, Santana o Pink Floyd; donde los Beatles y los Rolling Stones todavía eran niños buenos; un mundo donde los baby-boomers estaban apenas adentrándose en sus 20s, y la contra-cultura (de la mano del movimiento de los derechos civiles en EE.UU.) estaba cogiendo fuerza. Y a este frenesí social le hacía falta una banda sonora, vacío que fue llenado por The Doors con la fuerza de una avalancha. Y es que justamente mientras el Verano del Amor en San Francisco se convertía en el centro de atención de occidente, el sencillo Light My Fire llegó al primer puesto en las carteleras, convirtiéndose en el himno de aquella mágica época cuando los hippies tuvieron su clímax, catapultando a su vez esta banda a la fama.
Y no es sorpresa, ya que la combinación de los teclados (¿o debería decir el órgano barroco?) de Ray Manzarek, la formación en jazz del baterista John Densmore, la guitarra clásica de Robby Krieger, y de la poesía y hedonismo teatral de Jim Morrison, crearon una simbiosis de rock, blues, punk, bossa nova, jazz y arte única para su época.
The Doors puede resumirse como un disco de rock-blues psicodélico que inicia lo que sería el año glorioso de este sub-género. Después de los destellos de psicodelia sugeridos por The Beatles en Revolver, The Doors vino a ser la “puerta” de entrada de otros pesos pesados como Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, Their Satanic Majesties Request, o The Piper at the Gates of Dawn, que también se lanzaron en 1967. Pero hay entender que mientras los Beatles presentaban la psicodelia con una visión bastante amigable de la humanidad, The Doors tenían en mente una visión más oscura, retorcida y transcendental.
La psicodelia de la banda se percibe desde su mismo nombre, referencia al libro de Aldous Huxley, The Doors of Perception. Éste a su vez era una referencia a una cita de William Blake: “Si las puertas de la percepción fueran limpiadas, todo aparecería para la humanidad como lo que es: infinito”.
Desde mi punto de vista, el disco contiene los tres tipos de canciones a través de las cuales se manifestaría la banda durante su carrera: las de rebeldía, las baladas y las psicodélicas. Y sus respectivas combinaciones claro. El inicio es con una descarga de rebeldía: Break On Through. La energía empieza a acumularse… “Tried to run, tried to hide”, pero no hay como resistirse…. "¡Break on through to the other side!". Curiosamente esta canción trató de ser el primer single del disco, pero no tuvo la aceptación que se esperaba del público. Supongo que la juventud aún no estaba lista para tanto, y tocó seducirla con algo más (disfrazado de) pop.
Luego entra en escena Soul Kitchen, mi favorita del disco. Con esa sabrosura bluesera que los caracteriza, los teclados de Manzarek dan la bienvenida a una canción que es parcherita por naturaleza. And then just “learn to forget”, y que todos los problemas se vayan para el carajo. The Crystal Ship es una bella balada romántica, y una gran oportunidad para conocer más a fondo el talento de Manzarek como pianista clásico. Canciones como esta me hacen pensar en la influencia que pudieron haber tenido sobre el Pink Floyd de años después (no el loco de Syd Barret, sino ya con la presencia de David Gilmour). Pienso por ejemplo en las baladas del Atom Heart Mother o del Meddle, donde luego de la psicodelia de sus respectivas canciones iniciales, la banda nos arrulla con bellas baladas.
A mi juicio Twentieh Century Fox es un reflejo de la rebeldía de Jim Morrison. Bluesero, descomplicado y directo. Alabama Song, un cover de una canción teatral de los años ‘20s, es retomada y convertida en una canción juguetona y psicodélica, muy al estilo de lo que los Beatles habían hecho meses atrás con Yellow Submarine. Y luego, para cerrar el lado A del disco, ¡ténganse!: Light My Fire es una obra épica… Lo que en un principio parecería ser una canción pop de amor, rápidamente se convierte en un delicioso jam jazzero, pero con una inyección poderosa de psicodelia. Primero los teclados nos llevan en un viaje musical que es bien regulado por el constante bajo y enriquecido por la batería de Densmore, que sabe condimentar cuando es requerido. Luego, los teclados van lentamente dándole espacio a la guitarra de Krieger, que termina de armar un sonido verdaderamente especial y visionario. Y para terminar, Jim Morrison incitándonos a incendiar la noche. Una verdadera obra maestra que con razón sigue siendo popular hasta nuestros días.
El lado B empieza con el otro cover del disco, Back Door Man, compuesta por Willie Dixon y grabada por Howlin' Wolf en 1960. Manteniendo su esencia bluesera pero aumentándole el tempo y con su buena dosis de teatro, The Doors le dan un sonido contemporáneo a esta canción que, si bien no era vieja, comparado con lo que la juventud tenía en mente sonaba anciano. Luego vienen I Looked at You, End Of The Night y Take It As It Comes, tres temas que si bien son buenos, no tienen el mismo impacto y trascendencia que las demás. Cada una de aproximadamente 2:30 minutos de duración, nos entretienen mientras que guardan espacio del vinilo para el sello de oro del disco.
Y luego, ¡Ay Dios!. Es el fin… Con The End lo que vemos es una demostración hipnótica de maestría en el manejo del ritmo, del tempo y de la poesía. Empieza con una sencilla pero bella guitarra, que a mi parecer evoca una gaita irlandesa, como de funeral. Luego, de a poco, entra la batería, el bajo y la pandereta, todas con mucha suavidad… a servirle de fondo a la voz de Morrison, quien empieza a despedirse de todo… Y empieza a crecer en grandeza el sonido, y la batería empieza a tomar protagonismo, mientras en el fondo siguen la guitarra y los teclados llevándonos cariñosamente de la mano por la colección de relatos, videosos e incoherentes, pero al mismo tiempo muy apropiados para la ocasión. En un punto, éstos relatos nos cuentan la historia de un asesino con complejo de Edipo: “Father, yes son, I want to kill you; Mother, I want to, fuck you”. Pero a pesar de lo controversial de las letras, el clímax de la canción vendría un poco después, cuando el riff de la guitarra cambia acelerando el paso, los teclados se desatan, la batería se revienta y… This is the end…
En una época donde la discusión abierta sobre el sexo era impensable, la historia asesino-incestuosa de The Doors hizo que en agosto de 1966 los echaran del Whisky a Go Go, un popular bar en Los Ángeles en donde eran la banda residente.
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Una cosa que queda clara es que la tensión entre la capacidad melódica de la banda y la personalidad hedonista y dionisiaca de Morrison, fueron la clave de este disco y del éxito de la banda. Si solo llegó a ser el No. 2 de 1967 es porque estaban compitiendo contra el Sgt. Pepper’s (y eso es una competencia muy HP…). Así que los invito a (volver a) oír este disco, y a pensar: “Where you see a wall, we see a door”.
Feliz aniversario!
P.D.: Si alguna vez se han preguntado “¿pero quién demonios toca el bajo?”, la respuesta es que el productor del disco, Paul Rothchild, trajo a estudio durante la grabación al bajista profesional Larry Knechtel para darle un soporte y mayor golpe al piano de Manzarek. The Doors nunca tuvo un bajista como parte de su alineación principal.
Hay una beuna cantidad de registros en vivo de la época. Excelente!