En los primeros minutos se me hicieron evidentes los planos secuencia y la forma en que se maneja la cámara, una forma dinámica y juguetona de filmar que te ubica en el centro de la escena, del hogar, del vehículo, de las discusiones. En los minutos siguientes, llamó mi atención el reparto, las locaciones, el lenguaje (romaní y serbio-croata) y la revelación de un mundo que, aunque muy cruel, tiene espacio para lo fantástico. Al rato, ya andaba tan atrapado por la historia que dejé de notar detalles técnicos. Bueno, excepto el folclor musical que es todo un evento.
Así, Caravana de Gitanos (como la encontrarán en HBOmax) es una brillante mezcla de coming-of-age, fantasía y crimen, contada a través del joven Perham, quien a pesar de sus poderes telequinéticos debe enfrentar el despiadado mundo que lo rodea, para terminar repitiendo la crudeza de su cultura. A su vez, los sueños, las visiones y los símbolos son parte integral del drama, aprovechando de maravilla el lenguaje cinematográfico y los 148 minutos de duración. En estos términos, sentí fuertes similitudes con Los Olvidados de Luís Buñuel (1950), con El Topo (1970) y Santa Sangre de don Alejandro Jodorowsky (también estrenada en 1989) cuyo circo coincide con lo gitano (en lo ambulante y errante, por ejemplo), además de involucrar a Italia, pues Santa Sangre es una producción italiana mientras que parte de la historia de Caravana de Gitanos ocurre en Milán.
Si las referencias anteriores fueran poco para enaltecer esta película, sin miedo a equivocarme puedo anotar que de aquí salieron todos los insumos para que Guy Ritchie se pusiera muy de moda con su representación de los gitanos en Snatch (2000). Es comprensible pues difícil encontrar una representación cinematográfica de lo gitano tan fina como ésta. Entonces, mis respetos a Kusturica y compañía tanto por el estilo como por la fuerza de la historia, Caravana de Gitanos es grandiosa.
